sábado, 19 de diciembre de 2009

sin nombre 1 - noviembre 2009

Se está tan encarcelado como se cree estar. Pero las creencias, pese a ser creencias, no son necesariamente infundadas. No son delirios, no son fantasías: son ideas, y en alguna medida se anclan o en la experiencia o en el carácter, o en ambos. Aún así, lo real es moldeable a partir de las creencias: modificar una de ellas cambia la vida no sólo en cuanto a su valor y tonalidad, sino también en su praxis. La más nociva de mis creencias respecta a la noción de que las cosas se tornaron, en un momento, intensamente definitivas, y ésa es una idea que ya se sabe que es tan fatal y graciosamente equívoca, que mientras más uno la abraza, más brutalmente acaba por revelar su falsedad. Mis ideas refieren a la sujeción a las “condiciones condicionantes” del orden del mundo. Era fácil vivir al margen de ellas cuando todo lo concreto estaba resuelto por otros medios que los generados por mí misma. Es necio insistir en perpetuar lo vivido, y es suicida pretender adaptarse en sumiso silencio y acallar de una vez al corazón que sabe demasiado acerca de todo lo demás. Observo que las soluciones que a mí misma me ofrezco, de un modo u otro, tienden a pactar con la lógica del mundo y la era de ESTOS hombres, que es precisamente el lugar donde me pierdo del espacio y la época donde pierdo el tiempo. Sé que la vivencia de lo pleno vino a trastornar para siempre mis parámetros, pero aún así, cabe plantearse el tener el coraje para optar a ello o a la dignidad de pensarse merecedor de los propios anhelos (no de los caprichos). No sé con quien cuento y quizás debiera descontar más que sumar, a estas alturas, y olvidarme del todo de los términos medios o de las alianzas inexpugnables. Cada cual por su lado teje o soporta un destino del modo en que mejor le es dado hacerlo. Presiento la levedad absoluta de elevarme y partir hacia cualquier rumbo que me distancie de las determinaciones que dibujan el paisaje mental de mi programación presente, pero ese leve y ufano impulso luce tan arduo e irrealizable como abandonar de una vez el propio rostro y el propio nombre o, en otras palabras, todo el folklore de “la identidad”. Porque no puede haber más identidad que la que es total, que iguala al sujeto con la red que lo sostiene, con lo microscópico que lo anima, con lo inmenso que lo acuna, y que se encuentra en perpetuo movimiento y en incesante temblor. He de dejar de ser yo, he de dejar de ser una imagen precisa en un recodo puntual del camino; no hay yo ni hay camino, porque la inmensidad me hace guiños desde cada recodo y yo sólo parezco haber aprendido a quejarme, a soportar las limitaciones que se generan a partir de cualquier conveniencia de hoy, que no son sino las cadenas de mañana. Es preciso optar a una claridad que resulta tan cara, cuyo precio es tan extremadamente elevado, que toda la cobardía y toda la pereza aliadas se revelan contra la sola idea de procurarla. Aunque el cerro, el desierto, el sol el cielo y el mar, ayudan tanto a encontrar el coraje que duerme en el centro del corazón… o quizás eso es sólo una creencia más, tan arbitraria y sinsentido, por no decir estúpida (perdón si con esto ofendo sin querer a alguien), como sostener que hay que tener zoológicos porque los niños necesitan ver animales salvajes enjaulados para el correcto y completo desarrollo de su carácter. Tal vez hay que asumir de una vez los edificios pasfroimovich, el rugido ensordecedor de las micros, la aspereza del aire puerco, la necedad de trabajar mil horas al día en algo que no se traduce en obras o frutos sino en cheques; quizás hay que tan sólo aceptar que este paisaje es el escenario donde se libra nuestra batalla vital, que en este asfalto y en esta putrefacción debemos saber encontrar la hebra de la belleza y el amor, que nuestros templos son tanto más sagrados por encontrarse en medio del campo minado de aquello que se denomina actualidad u occidente o como sea. Frente a la tiranía de las creencias, la fantasía puede proponer aspiraciones aún más graves que la misma realidad dada. A lo mejor el infierno nos espera allí donde residen nuestras aspiraciones en apariencia más cristalinas, porque el desplazamiento o el proyectarse direccionadamente no es más que otra trampa, y una especialmente cruel, por cuanto no puede ser desmentida ni desmontada hasta que la vivencia misma nos enseña su vacuidad. ¿Y si en vez de planificar, y si en vez de partir, simplemente me quedo, y juego la partida que me propone la vida, y no aquella que el capricho de mi decepción dibuja para distraerme de esta inmensa fatalidad? ¿Y si en lugar de aspirar respiro, y en vez de soñar escribo, y en vez de viajar me aquieto, y en vez de conocer me olvido? O sencillamente escojo sin escoger, lanzo la moneda y tuerzo la ruta en dirección a nada, bajo hacia ese siniestro pozo sin fondo que parece ser el futuro, y me regocijo en los milagros inevitables de cada día, en silenciosa solemnidad.

No hay comentarios: