Ves o no, ¿de qué se trata este momento?
De una historia de dolor cuajado, denso.
De lo irreparable. De vivir en otro lugar que
el anhelado y no saber nunca si el anhelo es correcto o suicida.
De no poder reconocer si este es mi elemento o
el exilio definitivo de mí misma.
De observar con estupor que todo pende de un cadena
indescifrable, más frágil que un hilo.
Se trata de que algo dentro clama y yo no
quiero escuchar.
Porque es un cataclismo donde mi supervivencia
cuesta muchas vidas, y la nobleza es algo así como entregar la propia para que
vivan los demás. Pero esta nobleza al menos, es más bien un desamor para mí
misma.
Es oscilar entre el terror y la ligereza, como
un corazón equivocado. La arritmia de mis entrañas. La cabeza ennegrecida por
la rabia del error.
Y si digo esto a quien debe oírlo, sólo habrá
llantos y seré conminada a sacrificarme. Yo, la de los pasos en falso tan
elegantes como una danza magistral.
Y no es que no crea (la fe me sobra, me
rebasa). Es que no puedo.
Voy ciega. Camino a tientas dando vueltas en
círculo.
No es que no quiera tampoco. Es que no me sucede algo distinto de lo que sí
me sucede.
Este rechazo por las cosas que me rodean es más fuerte que yo. Y si mi fuerza fuese
mayor, sería otro error: soportar lo insoportable nunca fue una idea
inteligente. Soportar lo soportable, tampoco. No queremos unas vidas
soportables, queremos vidas prodigiosas, o al menos gozosas, satisfactorias.
Una vida que me ponga la sonrisa que me corresponde en estos labios que fueron
hechos para eso; para sonreírle al que pasa, para trabajar por los demás
trayéndoles la tibieza inmensa de la que soy capaz. Pero no contigo. Contigo
no. Yo quiero estar lejos. Yo tengo fobia. “pido días largos suficientemente buenos”.
Pero sin tener la fuerza y precisando no tenerla, aquí
estoy, resistiendo. Comiendo duda. Y nadie da un empujón, porque ellos quieren
que me quede donde estoy. De algo les sirvo así.
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